Conductor de autobús se da cuenta de niña llorando a diario. ¡Luego mira debajo de su asiento después de la bajada y se detiene en frío!

La historia comienza a continuación

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Todos los días, en mi ruta de autobús, me fijaba en una niña, Rachel, que lloraba en el asiento de atrás.

Llevaba la misma rebeca roja y sus ojos parecían perdidos. Me daba un vuelco el corazón, pero no sabía qué hacer.

Una tarde, mientras limpiaba el autobús después del trabajo, encontré algo extraño debajo de su asiento.

Aquel descubrimiento me llevó a hacer lo único que tenía sentido: llamar al 911 de inmediato.

El dolor rutinario

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Cada día, cuando me acomodaba en mi asiento del autobús, Rachel subía a bordo, con los ojos ya rojos e hinchados.

Ocupaba su sitio habitual en la parte de atrás, siempre sola, y no tardaba en llorar. Los suaves sollozos ya eran familiares y se habían convertido en parte del sonido cotidiano del autobús.

No me lo podía creer: una niña llorando sola todos los días. Sentí el impulso de hacer algo, pero no sabía qué pasos dar.

Siempre con la misma ropa

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Rachel tenía un look inconfundible con su rebeca roja y su falda azul marino. Podría pensarse que lo cambiaba, pero siempre era el mismo.

Parecía desconectada del mundo, el mismo mundo que veía a través de sus ojos llorosos. Me pregunté si habría alguna razón para que repitiera su atuendo, tal vez una señal.

Mi mente iba a toda velocidad, lo que hacía que su llanto diario pesara aún más en mi conciencia.

Dudas y preguntas

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La curiosidad me corroía. Sentía el impulso de hacerle preguntas a Rachel, de averiguar cuál era la causa de sus lágrimas, pero algo me retenía.

Tal vez era miedo de cruzar una línea o empeorar las cosas. No estaba segura de si el hecho de que un extraño hablara la ayudaría o la asustaría.

Mi mente iba y venía, dudando cada vez que ella pasaba silenciosamente junto a mí y tomaba asiento.

Descubrir lo insólito

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Una tarde, me quedé atrás en el autobús, decidiendo que ya era hora de una buena limpieza. Mientras caminaba por el pasillo, me detuve en el asiento de Rachel.

Por una sensación de fastidio, me agaché para echar un vistazo. Mis ojos se posaron en algo que no pertenecía a ese lugar.

No eran sólo migas o envoltorios de papel, era algo inesperado. Mis latidos se aceleraron al darme cuenta de que tenía que ver qué era.